https://youtu.be/maM5QI3REw8

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martes, 8 de enero de 2013

Hay que ser original y genuino.....

En la sociedad en la que estamos viviendo, nos comportamos como si de una gran obra de teatro fuéramos protagonistas: Pues la vida es como  un continuo y un gran teatro.

Al haber sido educados para comportarnos; y actuar de una determinada manera, en vez de mostrarnos auténticos, honestos y libres; (siendo coherentes con lo que en realidad somos y sentimos), solemos llevar una máscara puesta y con ella interpretamos a un personaje que sea del agrado de los demás. Si bien vivir bajo una careta, nos permite sentirnos más cómodos y seguros, con el tiempo conlleva un precio muy alto: La desconexión de nuestra verdadera esencia. Y en algunos casos, de tanto llevar una máscara puesta, nos olvidamos de quiénes éramos antes de ponérnosla.


Para  algunos sociólogos, que coinciden en que en nuestra sociedad ha triunfado; el denominado pensamiento único. Es decir, la manera normal y común que tenemos la mayoría de pensar, comportarnos y relacionarnos. Así, al entrar en la edad adulta solemos ser víctimas de la patología de la normalidad.Una sutil enfermedad consistente, en creer que lo que la sociedad considera normal es lo bueno y lo correcto, para cada uno de nosotros, por más que vaya en contra de nuestra verdadera naturaleza.



"Dime de qué presumes y te diré de qué careces" (refrán popular)...


A pesar del malestar generalizado,(todo el pais podria estarlo), solemos priorizar el cómo nos ven al cómo nos sentimos. Tanto es así que para muchos la pregunta de cortesía ¿cómo estás? supone todo un incordio. La mayoría nos limitamos a contestar mecánicamente: Bien, gracias. Y en caso de no poder escaquearnos, enseguida redirigimos la conversación hacia cualquier charla banal. Es decir, la utilizamos para fingir que nos estamos comunicando, cuando en realidad lo único que estamos haciendo es llenar con palabras un potencial silencio incómodo.


En este contexto social, algunos individuos ocultan sus miserias y frustraciones tras una fachada artificial que seduzca e impresione a los demás. La paradoja es que cuanto más intentamos aparentar y deslumbrar, más revelamos nuestras carencias, inseguridades y complejos ocultos. De hecho, la vanidad no es más que una capa falsa que utilizamos para proyectar una imagen de triunfo y de éxito. Es decir, la máscara con la que en ocasiones cubrimos nuestra sensación de fracaso y vacío. Si lo pensamos detenidamente, ¿qué es la respetabilidad? ¿Qué es el prestigio? ¿Qué es el estatus? ¿Qué tipo de personas lo necesitan? En el fondo no son más que etiquetas con las que cubrir la desnudez que sentimos cuando no nos valoramos por lo que somos.


En este sentido, ¿qué más da lo que piense la gente? De hecho, ¿quién es la gente? Nuestra red de relaciones es en realidad un espejismo. En cada ser humano vemos reflejada nuestra propia humanidad. Por eso se dice que los demás no nos dan ni nos quitan nada; son espejos que nos muestran lo que tenemos y lo que nos falta. La gente no nos ve tal y como somos, sino como la gente es. O como dijo el filósofo Immanuel Kant, no vemos a los demás como son, sino como somos nosotros. De ahí que la opinión de otras personas solo tiene importancia si nosotros se la concedemos.

P.C.A. Hay que ser lo que quieres ser y no lo que los demás quieran que seas...